Las segadoras

Uno de los rituales que hago a diario durante mis vacaciones es ir a nadar a la piscina, y digo a nadar y no a vegetar como hace la mayoría de la gente. Esa es una de las razones de que pague bastante dinero por ser socio de la piscina privada de Benavente (bueno, y además porque es a la que he ido siempre).

Durante mis épicos maratones de brazadas no suelo encontrar mucho tráfico que digamos, salvo algún ocasional bañista que se cruza despistado conmigo, es decir que represento fielmente el papel del solitario nadador de fondo. Pero en la última semana algo extraño está pasando. Las bañistas algo maduritas han adoptado un nuevo método para rebajar los kilitos de más y eliminar la sempiterna celulitis. ¿Por qué comprar uno de esos caros aparatos de vibración que anuncian continuamente en la "maravillosa TDT" cuando podemos hacer lo mismo en el agua? (supongo que el germen de todo ésto es que uno de esos maravillosos aparatos lo promociona el insigne David Meca).

Dicho y hecho. El primer día una se dedicó a hacer anchos caminando por la parte que menos cubría de la piscina. Al día siguiente su mejor amiga le acompañaba intrigada por la nueva moda. Y dos días más tarde ya eran cuatro jaleadas por el propio socorrista, como si de un grupo de segadoras se tratase.

De ahí que les dedique esta jota que lleva el título de este artículo:



Por cierto, te estarás preguntando a que viene todo ésto. "¿Quién crees que es el imbécil que se juega la vida una y otra vez haciendo largos?"