Donald Trump consiguió ayer lo que no habían conseguido los independentistas y las tres derechas en España, aterrar a un tercio de la población con su veto a Huawei. Todo el mundo estaba preguntándose si su flamante móvil chino se convertiría de la noche a la mañana en un ladrillo. Lo más gracioso del tema es que pocas horas después (lo que demuestra la ineptitud de sus asesores) tuvo que recular y dar un tregua de 3 meses que tiene toda la pinta de alargarse indefinidamente en el tiempo. Solo tuvo que entrever las consecuencias bursátiles de su decisión y de conectividad a Internet de sus graneros de votantes, amén de una curiosa visita del presidente chino, Xi Jinping, a una planta de extracción y procesado de tierras raras. Esas tierras raras que son necesarias para el armamento de última generación norteamericano y cuya producción controla Pekín en un 90%. Lo dicho, "Trump empieza a entrever que su guerra comercial con China puede tomar unos derroteros mucho más serios de lo que preveía y empezar a agriar su tercer año de presidencia. La geopolítica vaquera tiene un límite y se está acercando demasiado rápidamente a este".
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