Se fundió

La semana pasada me pasó un hecho curioso. Mientras estaba dando clase con mi flamante pizarra digital, el proyector dijo basta, se apagó y encendió un led, con un rojo fantasmal. Gracias a dios que me quedaban sólo cinco minutos de clase y pude acabarla de cualquier manera (mi verborrea para algo sirve).

Ese led en rojo me recordaba demasiado al anillo de la muerte de la Xbox, pero al finalmente fue lo menos malo, la lámpara del proyector había dicho basta. En una época donde el recorte a la financiación de los institutos ha sido brutal, conseguir un proyector nuevo es pura casi imposible. Claro una lámpara de proyector tampoco es barata, está costó alrededor de 300 euros, algo factible por ahora.

Es increíble los conocimientos que se pueden poseer y no relacionar con la vida diaria. Lo que hizo que los proyectores no se coronasen en los reyes de los salones de medio mundo fue la duración de sus lámparas, unas tristes 3000 horas (traducido a días de clase, unos 500 días, o sea 2 cursos y medio), que provocaban que hubiese que cambiar la lámpara cada uno o dos años, algo impensable para un hogar mediano. Además de los apagones fortuitos por recalentamiento y la tediosa limpieza del filtro.

En fin, como suele pasar en todo este desembarco tecnológico, ¿qué pasa cuando algo así ocurre? "Qué todo el mundo se acuerda de la clásica pizarra de tiza, que nunca te abandona, haya corriente eléctrica o no, ya que tener repuestos tan caros parados en algún cajón es simplemente ciencia ficción, y de la buena".