Durante esta semana he estado visitando Berlín por tercera vez. En esta ocasión he ido con un grupo reducido de personas (entre los que se encontraban comentaristas habituales de este blog como Inzert, RK2 o Radiactivo-man) en vez de ir acompañado de un grupo numeroso, ya sea de compañeros de trabajo o alumnos. Esto me permitió vislumbrar uno de los tópicos más curiosos que rodean a los españolitos de a pié, el tremendo ruido que generamos.
Somos un pueblo que tratamos de imponer nuestros puntos de vista aumentando simplemente el volumen de nuestros comentarios. Consideramos casi una blasfemia encontrarnos en un lugar silencioso. Ahora bien, lo que es un comportamiento tolerado en nuestra patria (salvo en las iglesias y algunos museos), se convierte en una especie ropaje cultural que delata nuestra presencia en cualquier otro lugar del planeta.
Por ejemplo, para ir a Berlín tuve que hacer un enlace de 3 horas en el aeropuerto de Copenhague, el aeropuerto más silencioso que he visto en mi vida. Dentro de la clásica zona comercial no había ni música. Sólo se oía de fondo el sonido de los cubiertos al chocar contra la vajilla en la cafetería acompañados por un fondo de susurros casi inaudibles hasta que un grupo de españoles decidió desarrollar una partida de cartas (mira tú por donde en esta ocasión no eramos nosotros los ilustres participantes). La cara los daneses era todo un poema, pero ninguno se atrevió a recriminar el inadecuado comportamiento de mis compatriotas, simplemente lo aguantaron estoicamente. Esta imagen se repitió una y otra vez en mi posterior visita a la capital germana (estaba plagada de españoles) hasta que tomé el avión de regreso, donde contra todo pronóstico, aun siendo la mayor parte del pasaje español, una especie de ola silenciosa nos rodeó. Puede ser que la cercanía de la hora de la siesta influyese o que nos hubiésemos contagiado de ese espíritu silencioso, pero parecía casi contranatura.
Ahora bien, unas cuantas horas más tarde tuve que viajar en un Tren Hotel de Renfe en dirección Ferrol y como no podría ser de otra manera el bullicio era considerable antes de que las primeras horas de la noche nos abandonasen, creándose continuamente conversaciones entre extraños y oyéndose chistes de gran calado. Obviamente me dirigí a mi vagón preferido, el de cafetería, donde uno puede estirar las piernas y vivir las aventuras más surrealistas (soy de la generación Cheers). Esta vez de menú del día me tocó: celebrar el cumpleaños de una desconocida (no te puedes imaginar lo rica que estaba la tarta), escuchar la música del móvil del barman y oír al revisor como ligaba en su años jóvenes durante las verbenas. Y todo ello en poco más de hora y media. Aunque lo mejor de todo fue ver deslizarse como una presencia fantasmal a una de las azafatas del tren dentro de la barra para lavar el tupper donde se encontraba su "opípara" cena. Como de si una valkiria directamente extraída de las tierras que acababa de abandonar no medió palabra con nadie, mirando mientras tanto de soslayo la algarabía que se había montado en el vagón.
La pregunta es obvia, qué prefieres, el bullicio compartido con desconocidos o la belleza lánguida y silenciosa del norte de Europa. Yo lo tengo claro, "me quedo con los gritos antes que con el silencio".
Por ejemplo, para ir a Berlín tuve que hacer un enlace de 3 horas en el aeropuerto de Copenhague, el aeropuerto más silencioso que he visto en mi vida. Dentro de la clásica zona comercial no había ni música. Sólo se oía de fondo el sonido de los cubiertos al chocar contra la vajilla en la cafetería acompañados por un fondo de susurros casi inaudibles hasta que un grupo de españoles decidió desarrollar una partida de cartas (mira tú por donde en esta ocasión no eramos nosotros los ilustres participantes). La cara los daneses era todo un poema, pero ninguno se atrevió a recriminar el inadecuado comportamiento de mis compatriotas, simplemente lo aguantaron estoicamente. Esta imagen se repitió una y otra vez en mi posterior visita a la capital germana (estaba plagada de españoles) hasta que tomé el avión de regreso, donde contra todo pronóstico, aun siendo la mayor parte del pasaje español, una especie de ola silenciosa nos rodeó. Puede ser que la cercanía de la hora de la siesta influyese o que nos hubiésemos contagiado de ese espíritu silencioso, pero parecía casi contranatura.
Ahora bien, unas cuantas horas más tarde tuve que viajar en un Tren Hotel de Renfe en dirección Ferrol y como no podría ser de otra manera el bullicio era considerable antes de que las primeras horas de la noche nos abandonasen, creándose continuamente conversaciones entre extraños y oyéndose chistes de gran calado. Obviamente me dirigí a mi vagón preferido, el de cafetería, donde uno puede estirar las piernas y vivir las aventuras más surrealistas (soy de la generación Cheers). Esta vez de menú del día me tocó: celebrar el cumpleaños de una desconocida (no te puedes imaginar lo rica que estaba la tarta), escuchar la música del móvil del barman y oír al revisor como ligaba en su años jóvenes durante las verbenas. Y todo ello en poco más de hora y media. Aunque lo mejor de todo fue ver deslizarse como una presencia fantasmal a una de las azafatas del tren dentro de la barra para lavar el tupper donde se encontraba su "opípara" cena. Como de si una valkiria directamente extraída de las tierras que acababa de abandonar no medió palabra con nadie, mirando mientras tanto de soslayo la algarabía que se había montado en el vagón.
La pregunta es obvia, qué prefieres, el bullicio compartido con desconocidos o la belleza lánguida y silenciosa del norte de Europa. Yo lo tengo claro, "me quedo con los gritos antes que con el silencio".
Joer, lo del aeropuerto de Copenhague era peor que un cementerio. Me parecía estar en una película de ciencia ficción, donde las personas tienen el cerebro lobotomizado y únicamente existen como parte integral de una maquinaria social utópica.
ResponderEliminarPuedo asegurar a los que leen estas lineas que he visto mas humanidad en un cementerio que en ese aeropuerto.
Teniamos que haber hecho escala en Casablanca, mira que os lo dije.....
ResponderEliminaranda chuchi, y a mi no me invistaste O:
ResponderEliminarPues si eso os parece silencioso, entrad en una iglesia francesa...
Es muy divertido ver al cura echando la bronca a las moscas para que hagan menos ruido.
estos europeos son unos mingafrias
Joer Chuchi, que un extranjero ponga topicazos sobre los españoles en la Ucronie latentie, tiene un pase, pero que seas tu mismo quien fomente esos tópicos es para echarte a los leones.
ResponderEliminarY si no te crees lo ruidosos que pueden ser esos calladitos Alemanes el próximo año no tenéis más que organizar las vacaciones en cualquier lugar de la costa mediterránea (Benidorm, Mallorca,...). Entonces comprobaréis lo poco que molestan y se desmadran unos españolitos de vacaciones.