jueves, 26 de agosto de 2010

Y el agua encogió

Y el agua encogió... o al menos eso fue lo que me pareció. Esta mañana pertrechado como siempre con mi toalla y gafas me dirigí a la piscina para realizar mi rutina diaria de natación. El problema radica en cual fue el momento en el cual crucé el espejo que transformó lo cotidiano en fantástico.

No sé si fue cuando una pareja de ancianos me entorpeció la marcha incomprensiblemente en una ancha acera o cuando fui recibido en la piscina por sus empleados que se encontraban zascandileando en el tejado. Síntomas claros de que algo no andaba bien en la realidad y que se convirtieron en atisbos de lo que me esperaba en breves momentos.

Al llegar al lado del vaso de la piscina había desaparecido medio metro de agua (me refiero en profundidad) quedando una analogía bastante cercana a la situación económica actual. Ahora bien, después de la caminata que me había pegado, ni me planteé darme la vuelta, simplemente me introduje por la escalera más cercana al agua con una pose de dignidad que arrancaba mi propia sonrisa y inicié mi rutina como si nada pasase, salvo por los esfuerzos que hacía por no rasparme las rodillas con el fondo.

Al poco tiempo llegaron mis compañeros de esfuerzos matutinos, y contra todo pronóstico también se introdujeron en la piscina. Y en ese momento ocurrió la transformación definitiva, yo cuando acababa un largo en la zona menos honda literalmente me sentaba sobre el fondo para cambiar de sentido, una mujer que nadaba a mi lado se incorporaba para jugar como una cría pequeña con el chorrito de agua del pozo que este año casi siempre se nos ha negado (¡Malditas reparaciones! Mi piscina de toda la vida ha perdido ese frescor invernal que tan famosa la hizo en el pasado), las tiernas infantes que llevaban 15 días afanándose en aprender a nadar en la piscina grande siempre la límite del ahogo (en Benavente siempre nos ha gustado el método educativo ruso, o espartano para los que les gusten más los clásicos) se erguían cual titanes sobre los adultos que intentaban mantenerse sumergidos, y el socorrista jugaba a la pesca de la mosca con un recogehojas que se mostraba obviamente ineficaz.

En fin, un cúmulo de situaciones de lo más circense que tenía como denominador común la cabezonería de la que somos garantes la mayoría de benaventanos. Aunque lo más gracioso de todo fue que cuando salí, contradiciendo el parte meteorológico, un viento refrescante me saludó mientras me dirigía a la ducha. Acaso, "¿la madre naturaleza también tiene sentido del humor?"

3 comentarios:

  1. pos yo hoy e estado en la finca de R, tras lo cual de mojarnos en agua elada de la piscina, emos jugado a la petanca xd

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  2. Chuchi creo que tanto ocio te está ablandando la sesera. Vuelve al trabajo inmediatamente...

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  3. Tranquilo, ya se le acaba dentro de poco...

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