Paseo

Se trata de un viejo rito que van perdiendo las nuevas generaciones bajo la presión del estrés diario. Ya no se pasea sin rumbo fijo pero con la hora de regreso marcada, sino que se marcha con una dirección dada aunque sin hora estimada de llegada (la puntualidad es la gran sacrificada de la hégira de la telefonía movil).

Acorde con esta modificación de estilo, también la conversación casual, esa que tienes con los conocidos que te encuentras en el camino, ha degenerado desde las exigentes conversaciones de principios del siglo pasado entre la gente de alta alcurnia a las monosilábicas y repetitivas conversaciones que se producen en la actualidad entre iguales (no quiero justificar con este comentario la diferencia de clases, no vaya a ser que alguien me malinterprete).

Bueno, parece que en el fondo soy una especie de versión castellana del doctor Jekyll y míster Hyde. Hábitos que ya no tengo en Ávila, son recuperados automáticamente al pisar el suelo benaventano (con el acento pasa lo mismo, sólo me basta para ello la hora y media de autobús). Entre ellos está el del paseo después del café, no hablo de un paseo de 20 minutos, sino de un largo paseo de varias horas sin rumbo fijo acompañado de mis viejos amigos, debatiendo sobre los temas más peregrinos y actualizando nuestras biografías (¡Dios mío! Sin utilizar Facebook para ello, que raros y anticuados seguimos siendo).

Esta tarde tres temas nos han ocupado: uno es el horrible adoquinado nuevo de la Plaza Mayor (la verdad es que da vergüenza ajena), otro es secreto (lo siento, pero no todo se puede contar en este blog) y el tercero ha sido un cursillo de musculación completo impartido por Richy. Por cierto, gracias a este último, "me duelen ciertos músculos que desconocía poseer sólo de pensar en él".