Una de las cosas curiosas que me pasan cuando voy a pasar el fin de semana a Benavente es que en el autobús me acompañan un montón de personas que no conozco y que se bajan conmigo al llegar. Podrías pensar que soy un paranoico ya que no puedo pretender conocer a todos los habitantes de mi ciudad, pero es que ésta a duras penas alcanza los 20.000 habitantes.
Normalmente en los pueblos pequeños todo el mundo se conoce por el nombre y se sabe el árbol genealógico de sus vecinos. En las grandes ciudades, por contra, eres un desconocido hasta para la gente que vive en tu manzana. La lógica diría que en una ciudad mediana debería darse una situación de compromiso: conocer de vista a la mayoría de la gente pero no saber su nombre.
Lo que me desquicia de la situación es que cada vez que subo al autobús me encuentro con nueva gente (muchos cercanos a mi edad) que luego desaparece en la estación como si nunca hubiese existido.
Pero al mismo tiempo también estoy algo asustado por lo que me dijo un amigo, al que también le solía pasar lo mismo: "probablemente esa gente tendrá la misma sensación y te considerarán uno de los otros benaventanos, una persona que se desvanece en el recuerdo de la estación de autobuses."
Lo que me desquicia de la situación es que cada vez que subo al autobús me encuentro con nueva gente (muchos cercanos a mi edad) que luego desaparece en la estación como si nunca hubiese existido.
Pero al mismo tiempo también estoy algo asustado por lo que me dijo un amigo, al que también le solía pasar lo mismo: "probablemente esa gente tendrá la misma sensación y te considerarán uno de los otros benaventanos, una persona que se desvanece en el recuerdo de la estación de autobuses."
Sin duda, la peor de las situaciones es cuando te encuentras con alguien que no conoces de nada y te acosa a preguntas del tipo:
ResponderEliminar-¿Tu madre no sera Felipina, la hija de Aresia, no?
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¡Que razón tienes! Cuántas veces habré oído en una comida familiar aquello de: ¿pero no sabes quién te digo? ¡Sí hombre! Carlos, el hermano del que tenía la pescadería en la calle de abajo, que se casó con la hija del de la zapatería!
ResponderEliminarA veces es un suplicio conocer a toda la gente de la ciudad...
¡Saludos!