Mi primer viaje de estudios con alumnos al extranjero está lleno de anécdotas divertidas. Algunas me tienen como protagonista principal a mi mismo. A lo largo de los próximos días iré desgranando algunas de aquellas que son de carácter público, ya que otras probablemente me las lleve a la tumba.
Las primeras tienen como eje central el aeropuerto de Barajas:
1. La salida estaba prevista a las 4:30 de la madrugada, dado que teníamos que coger un vuelo hacia Berlín que salía a las 8:50. Podrías pensar que los alumnos estarían nerviosos por no perderse su gran viaje y habrían puesto más de un despertador. Ese fue el caso de 79 de ellos, pero una, muy dicharachera ella, decidió apagar el suyo y darse la vuelta en la cama. Como consecuencia: muchos nervios y llamadas telefónicas a su móvil intentando discernir en lugar en el cual se encontraba. Al final salimos con media hora de retraso.
2. Al llegar a Madrid con los autobuses, obviamente tomamos la M-40 para dirigirnos al aeropuerto. Craso error, ya que se encontraba cortada por obras. Vuelve a estallar el nerviosismo entre los profesores, mientras tanto los alumnos siguen de juerga.
3. Finalmente, cuando nos encontramos en Barajas, yo me separo del grupo al tener un billete de regalo por parte de Iberia, con lo cual sólo tengo que pagar las tasas (107 euros). Al llegar al mostrador de la compañía con toda la documentación me encuentro con que la paisana que me atiende no tiene la menor idea de lo que le estoy pidiendo. Coge la documentación y desaparece por un puerta. Pasan los minutos y yo empiezo a poner cara de circunstancias. Al rato vuelve con una compañera que le explica que tiene que pulsar repetidamente 1 en el ordenador para obtener mi billete. Como no podía ser de otra manera, se lían un par de veces e imprimen diferentes billetes. Como la hora del cierre de facturación se acerca, se ponen nerviosas y al final consiguen un billete que les parece correcto. Me piden sólo 26,95 euros y yo me marcho tan contento. Por primera vez, alguien se equivoca a mi favor.
4. Después de facturar nos dirigimos con todos los alumnos a pasar el control. Las normas son sencillas: nada de líquidos y objetos metálicos. Pero en la era del piercing es imposible que sean capaces de pasar el arco de ninguna manera. Las alumnas empiezan a gritar mi nombre dado que no pueden pasar el control. Se me acerca una policía enguantada y me pregunta: "¿Es usted el adulto responsable?". A lo cual respondo: "Sí". Y la segunda pregunta que me hace me deja un poco atontado: "¿Me permite usted que registre a este menor?"; pero reacciono rápido y vuelvo a responder: "Sí". Luego simplemente funcioné como un autómata dando permisos de registro.
5. Y la última, que es mi favorita de esta tanda. Después de pasar el control sólo teníamos 40 minutos antes de embarcar en el avión. Razón por la cual les dijimos que no se alejasen mucho de la terminal asignada. Te puedes creer que un trío de pánfilos se fue de compras y tuvieron que correr durante 500 metros porque el avión estaba a punto de despegar. La azafata decía que ya había pasado la última llamada y que los íbamos a dejar en tierra. Aunque lo más alucinante de todo fue que cuando les íbamos a echar la bronca, se pusieron gallitos diciendo que se les habían atendido tarde en la tienda.
En fin, estas son simplemente las anécdotas públicas que viví antes de entrar en el avión que me llevaría a Berlín. Como puedes suponer, "mañana tendrás una nueva remesa si las tediosas evaluaciones lo permiten".
1. La salida estaba prevista a las 4:30 de la madrugada, dado que teníamos que coger un vuelo hacia Berlín que salía a las 8:50. Podrías pensar que los alumnos estarían nerviosos por no perderse su gran viaje y habrían puesto más de un despertador. Ese fue el caso de 79 de ellos, pero una, muy dicharachera ella, decidió apagar el suyo y darse la vuelta en la cama. Como consecuencia: muchos nervios y llamadas telefónicas a su móvil intentando discernir en lugar en el cual se encontraba. Al final salimos con media hora de retraso.
2. Al llegar a Madrid con los autobuses, obviamente tomamos la M-40 para dirigirnos al aeropuerto. Craso error, ya que se encontraba cortada por obras. Vuelve a estallar el nerviosismo entre los profesores, mientras tanto los alumnos siguen de juerga.
3. Finalmente, cuando nos encontramos en Barajas, yo me separo del grupo al tener un billete de regalo por parte de Iberia, con lo cual sólo tengo que pagar las tasas (107 euros). Al llegar al mostrador de la compañía con toda la documentación me encuentro con que la paisana que me atiende no tiene la menor idea de lo que le estoy pidiendo. Coge la documentación y desaparece por un puerta. Pasan los minutos y yo empiezo a poner cara de circunstancias. Al rato vuelve con una compañera que le explica que tiene que pulsar repetidamente 1 en el ordenador para obtener mi billete. Como no podía ser de otra manera, se lían un par de veces e imprimen diferentes billetes. Como la hora del cierre de facturación se acerca, se ponen nerviosas y al final consiguen un billete que les parece correcto. Me piden sólo 26,95 euros y yo me marcho tan contento. Por primera vez, alguien se equivoca a mi favor.
4. Después de facturar nos dirigimos con todos los alumnos a pasar el control. Las normas son sencillas: nada de líquidos y objetos metálicos. Pero en la era del piercing es imposible que sean capaces de pasar el arco de ninguna manera. Las alumnas empiezan a gritar mi nombre dado que no pueden pasar el control. Se me acerca una policía enguantada y me pregunta: "¿Es usted el adulto responsable?". A lo cual respondo: "Sí". Y la segunda pregunta que me hace me deja un poco atontado: "¿Me permite usted que registre a este menor?"; pero reacciono rápido y vuelvo a responder: "Sí". Luego simplemente funcioné como un autómata dando permisos de registro.
5. Y la última, que es mi favorita de esta tanda. Después de pasar el control sólo teníamos 40 minutos antes de embarcar en el avión. Razón por la cual les dijimos que no se alejasen mucho de la terminal asignada. Te puedes creer que un trío de pánfilos se fue de compras y tuvieron que correr durante 500 metros porque el avión estaba a punto de despegar. La azafata decía que ya había pasado la última llamada y que los íbamos a dejar en tierra. Aunque lo más alucinante de todo fue que cuando les íbamos a echar la bronca, se pusieron gallitos diciendo que se les habían atendido tarde en la tienda.
En fin, estas son simplemente las anécdotas públicas que viví antes de entrar en el avión que me llevaría a Berlín. Como puedes suponer, "mañana tendrás una nueva remesa si las tediosas evaluaciones lo permiten".
Nada, nada, vete al grano ¿Que tal la buena cerveza alemana?.. y ¿como se dice "pon dos birras grandes, guapa" en aleman?...
ResponderEliminar¿Llegó de vuelta a España el mismo número de chavales que fué?
CHUCHI ha vuelto..... pero como se va no volveremos por no dejar un mensaje en el "contestador automático" que programa.
ResponderEliminarPiiiiiiii
Nos leemos en una semana.