En esta curiosa operación de rescate que estoy realizando con mis viejos escritos hoy le toca el turno al primer relato que escribí en formato de redacción hace la friolera de 20 años. El título fue "Viaje a América con Cristóbal Colón". Como es costumbre en este tipo de artículos, mantengo la ortografía original para que se vea que nunca nadie nace enseñado.
Se trata de una especie de relato de ciencia ficción:
"En una noche curda de invierno, estaba frente a la máquina del tiempo, con la que iba a hacer una viaje al año 1492, en el que pensaba ir con Colón en una de las tres carabelas. Entre en la máquina, toque el pulsador y desaparecí.
Reaparecí en el puerto de palos, iba por suerte con ropas de la época, y no tuve problemas. Vi entrar a Cristóbal Colón en la taberna, "La Urraca Palanchina".
Entre en la taberna y me acerque a Colón, le pregunte:
- Vuesa merced, ¿puedo ir con usted a las Indias?
El respondió con otra pregunta:
- ¿Qué puedes facer tu, chico?
Yo respondí:
- Puedo ser el grumete.
El contestó:
- Pues te acepto, seras el grumete, de a bordo.
Después me dijo, que fuese al amanecer a la Santa María. Al poco rato salí de la taberna.
Días después, ya en la náo, zarpamos el día tres de agosto, con la marea alta.
Al mes llegamos a las islas Canarias, vimos una gran nube que salía de una montaña como si de una fuente se tratase. Después de cargar comida y el agua bienamada para los navegantes, como se resume en este pareado:
El agua era tan preciada por el navegante,
como el oro, plata y bronce para el comerciante.
Cargamos nuestra conciencia con pesar, por abandonar las tierras conocidas, y zarpamos hacia la puesta de sol, cruzando el mar llamado mar de monstruos e infortunios.
Dos meses después de zarpar de Palos, se levanto un temporal. Las olas se entrechocaban en el casco del barco, las olas cuando levantaban superaban el mástil, la cubierta era un mar, el rugido del viento hería los oidos, el barco se balanceaba y se estremecia. Muchos cayeron al agua y al día siguiente se celebro una misa por sus almas.
A los dos meses y medio de viaje, el temor, el hambre por escorbuto y la muerte corrían por la cubierta. Hubo protestas, pero pronto fueron acalladas.
El doce de octubre, a los tres meses de zarpar, Rodrigo, el vigía, voceó: "¡Tierra a la vista!". Desembarcamos en la isla, que bautizamos con el nombre de San Salvador.
Había indígenas en la isla, los cuales los sacerdotes bautizarón. Los indígenas nos prepararon, una cena tropical. Después de investigar la isla, dejar un acuartelamiento y cargar los alimentos y agua, zarpamos de vuelta a España, y al llegar a ella nadie se dió cuenta, de que alguien había desaparecido.
FIN"
Se nota que ya entonces me explayaba en demasía, aunque me pregunto: "¿Por qué inundé todo el texto de comas innecesarias? ¿Tendría mucha hambre cuando lo escribía?"
"En una noche curda de invierno, estaba frente a la máquina del tiempo, con la que iba a hacer una viaje al año 1492, en el que pensaba ir con Colón en una de las tres carabelas. Entre en la máquina, toque el pulsador y desaparecí.
Reaparecí en el puerto de palos, iba por suerte con ropas de la época, y no tuve problemas. Vi entrar a Cristóbal Colón en la taberna, "La Urraca Palanchina".
Entre en la taberna y me acerque a Colón, le pregunte:
- Vuesa merced, ¿puedo ir con usted a las Indias?
El respondió con otra pregunta:
- ¿Qué puedes facer tu, chico?
Yo respondí:
- Puedo ser el grumete.
El contestó:
- Pues te acepto, seras el grumete, de a bordo.
Después me dijo, que fuese al amanecer a la Santa María. Al poco rato salí de la taberna.
Días después, ya en la náo, zarpamos el día tres de agosto, con la marea alta.
Al mes llegamos a las islas Canarias, vimos una gran nube que salía de una montaña como si de una fuente se tratase. Después de cargar comida y el agua bienamada para los navegantes, como se resume en este pareado:
El agua era tan preciada por el navegante,
como el oro, plata y bronce para el comerciante.
Cargamos nuestra conciencia con pesar, por abandonar las tierras conocidas, y zarpamos hacia la puesta de sol, cruzando el mar llamado mar de monstruos e infortunios.
Dos meses después de zarpar de Palos, se levanto un temporal. Las olas se entrechocaban en el casco del barco, las olas cuando levantaban superaban el mástil, la cubierta era un mar, el rugido del viento hería los oidos, el barco se balanceaba y se estremecia. Muchos cayeron al agua y al día siguiente se celebro una misa por sus almas.
A los dos meses y medio de viaje, el temor, el hambre por escorbuto y la muerte corrían por la cubierta. Hubo protestas, pero pronto fueron acalladas.
El doce de octubre, a los tres meses de zarpar, Rodrigo, el vigía, voceó: "¡Tierra a la vista!". Desembarcamos en la isla, que bautizamos con el nombre de San Salvador.
Había indígenas en la isla, los cuales los sacerdotes bautizarón. Los indígenas nos prepararon, una cena tropical. Después de investigar la isla, dejar un acuartelamiento y cargar los alimentos y agua, zarpamos de vuelta a España, y al llegar a ella nadie se dió cuenta, de que alguien había desaparecido.
FIN"
Se nota que ya entonces me explayaba en demasía, aunque me pregunto: "¿Por qué inundé todo el texto de comas innecesarias? ¿Tendría mucha hambre cuando lo escribía?"
Pase lo de las entradas automáticas, pero te las podías haber trabajado un poquito mas...
ResponderEliminarY te informo que tus relatos no tienen nada que hacer contra los míos de primaria. Tan surrealistas que me parece mentira haberlos escrito alguna vez.