Tras este hilarante título se esconde una curiosa actividad escolar a la que hoy he asistido. Se trataba de una especie de acto a medio camino entre el taller de literatura y la venta de la poesía como el simple imaginación escrita (o descrita, no me quedó claro). El autor utilizado como referente fue Miguel Hernández. Sí, he dicho bien, un poeta del bando republicano en un instituto de Ávila. Ver para creer. En una época donde se juzga a un juez por entrometerse en los vericuetos del franquismo, habrá que tener valor.
Vaya por delante que por algún defecto en mi estructura cerebral no soy capaz de captar la más simple de las poesías. Las metáforas resbalan delante de mis ojos sin dejar marca. Y qué decir de elementos sintácticos tales como los hipérbaton, asíndeton y polisíndeton (hasta tengo problemas en pronunciar tales palabros, que sólo existen para hacer más desgraciadas las vidas de nuestros jóvenes estudiantes). Eso no quiere decir que tenga por amigos a algunos de los más eminentes poetas de la ciudad (aunque no comprenda un ápice de su obra) y hasta haya colaborado en alguna de sus publicaciones (obviamente desde el punto de vista meramente técnico).
La actividad en cuestión consistió en una presentación visual de la conexión entre la vida real y la obra del poeta, adaptada toda ella para la edad de mis tiernos alumnos (se trataba de un 1º de la ESO con una mala predisposición inicial, ya que para realizarla estaban sacrificando su clase favorita de la semana, Informática). Ahora bien, el problema es que el chaval que realizaba la presentación utilizaba los mismos elementos que hubiese utilizado hace treinta años en un taller del mismo estilo, con la salvedad de un LED rojo, con lo que la desconexión con la mayoría de su público se hizo patente en los primeros minutos, iniciándose los consabidos cuchicheos, educados, pero cuchicheos en definitiva.
Obviamente, como observador imparcial del acto, me dediqué a clasificar la reacción de mis alumnos (una de las mejores clases que he tenido en toda mi carrera). Aquellos con una formación cultural alta (lectores ávidos) lo miraban con incredulidad y aburrimiento. En el otro extremo estaban los que ya son adictos a Internet y que nunca han leído más de una página en su vida. Estos últimos mostraban los signos de hiperactividad que marcan a su generación, incapaces de prestar atención e inquietos por no poder hacer nada más que estar sentados. Al final, la anticuada actividad sólo captó el interés de un pequeño grupo de alumnos, los que se encuentran a medio camino entre los dos grupos y que aún tienen alguna capacidad de asombro (estos suelen ser los únicos con los que es interesante platicar al final de una clase o en el patio).
De todas formas, lo que importa es la mayoría (o eso es lo que me han dicho que significa la Democracia), y para ésta lo único que pasó fue que asistió a una especie de programa de teletienda, donde un señor trataba de venderles un producto llamado poema. El cual era fácil de comprender, usar, escribir, recitar e imaginar, en cualquier lugar o situación. Vamos, qué cualquiera puede ser poeta en el siglo XXI. Cabe suponer que la génesis de movimientos como la Biopoesía, la Metapoesía, la Poesía ecologista, la Poesía virtual y la Transmodernista (nombrajos que acabo de copiar de la tan odiada Wikipedia), está en estos curiosos talleres que circulan por los institutos del planeta.
En fin, con este artículo no quiero decir que este tipo de actividades sean innecesarias, sino que al menos deberían estar adaptadas a las expectativas de un alumno de este siglo, dominado por Internet y la interactividad.
Por otro lado, de toda la función me quedo con la comparación más curiosa que oído en el último mes: "nuestro orador comparó la obra de Miguel Hernández con los haikus japoneses".
La actividad en cuestión consistió en una presentación visual de la conexión entre la vida real y la obra del poeta, adaptada toda ella para la edad de mis tiernos alumnos (se trataba de un 1º de la ESO con una mala predisposición inicial, ya que para realizarla estaban sacrificando su clase favorita de la semana, Informática). Ahora bien, el problema es que el chaval que realizaba la presentación utilizaba los mismos elementos que hubiese utilizado hace treinta años en un taller del mismo estilo, con la salvedad de un LED rojo, con lo que la desconexión con la mayoría de su público se hizo patente en los primeros minutos, iniciándose los consabidos cuchicheos, educados, pero cuchicheos en definitiva.
Obviamente, como observador imparcial del acto, me dediqué a clasificar la reacción de mis alumnos (una de las mejores clases que he tenido en toda mi carrera). Aquellos con una formación cultural alta (lectores ávidos) lo miraban con incredulidad y aburrimiento. En el otro extremo estaban los que ya son adictos a Internet y que nunca han leído más de una página en su vida. Estos últimos mostraban los signos de hiperactividad que marcan a su generación, incapaces de prestar atención e inquietos por no poder hacer nada más que estar sentados. Al final, la anticuada actividad sólo captó el interés de un pequeño grupo de alumnos, los que se encuentran a medio camino entre los dos grupos y que aún tienen alguna capacidad de asombro (estos suelen ser los únicos con los que es interesante platicar al final de una clase o en el patio).
De todas formas, lo que importa es la mayoría (o eso es lo que me han dicho que significa la Democracia), y para ésta lo único que pasó fue que asistió a una especie de programa de teletienda, donde un señor trataba de venderles un producto llamado poema. El cual era fácil de comprender, usar, escribir, recitar e imaginar, en cualquier lugar o situación. Vamos, qué cualquiera puede ser poeta en el siglo XXI. Cabe suponer que la génesis de movimientos como la Biopoesía, la Metapoesía, la Poesía ecologista, la Poesía virtual y la Transmodernista (nombrajos que acabo de copiar de la tan odiada Wikipedia), está en estos curiosos talleres que circulan por los institutos del planeta.
En fin, con este artículo no quiero decir que este tipo de actividades sean innecesarias, sino que al menos deberían estar adaptadas a las expectativas de un alumno de este siglo, dominado por Internet y la interactividad.
Por otro lado, de toda la función me quedo con la comparación más curiosa que oído en el último mes: "nuestro orador comparó la obra de Miguel Hernández con los haikus japoneses".
noo.....la actualizacion asesina de macfee es peor de lo que temía...¿me reembolsaran lo que dicen que pagan?
ResponderEliminarnoo.....la actualización asesina de macfee es peor de lo que temía...¿me reembolsaran lo que dicen que pagan?
ResponderEliminarA lo mejor no es relevante pero mi Cuaderno de Lengua del "Isabel" (1976/77) mi primer curso, tiene poemas comentados, entre otros, de M. Hernández, Machado,Unamuno, G. Diego, B. de Otero, L. Felipe, Alberti, Lorca... Tiene fragmentos de Aldecoa, de Delibes,de A. Matute, de Valle y Buero. También he encontrado un texto buenísimo de Tip y Coll, que no compartían precisamente postura política aunque formaban dúo cómico.
ResponderEliminarMe enseñaron a leer y disfrutar con cuentos y anécdotas, primero, mi familia, casi analfabeta,luego mis profes, que no predicaban ni transmitían consignas; llevaban con discreción sus militancias.Se dedicaban a enseñar, a suscitar emociones,a explicar acontecimientos poco o nada conocidos,a desvelar buena literatura.Y así, poco a poco fuimos creciendo y decidimos cómo pensar, a veces con un libro entre las manos.