Una de las cosas que más me han asombrado desde que me ha pasado al mundo de Mac es el tamaño de las actualizaciones de los diversos programas. Cualquiera que se compre un equipo de Apple y tenga la intención de mantenerlo al día debe tener en cuenta en su presupuesto la necesidad de tener una conexión a Internet verdaderamente rápida (o un amigo que la tenga).
Como a la mayoría de los usuarios esta semana me ha tocado actualización de sistema operativo. Acostumbrado a las diminutas actualizaciones del Windows XP (casi mínimas si descartamos la docena mensual de parches de seguridad), aterra encontrarte con un paquete de 753 Megabytes esperando a ser descargado (bendita conexión, a un 1 Megabyte por segundo sólo tardé en descargarla 12 minutos, no quiero imaginarme tenerlo que hacerlo con una vieja conexión de módem, todavía estaría estaría en ello).
Sin entrar en los vericuetos de la arquitectura de los programas en el entorno de Mac OS X, algo parece claro. Cada vez que actualizo un programa pequeño, lo único que pasa es que me borra la versión precedente y me instala una nueva versión del programa completa. La ventaja de esto es que el programa en cada actualización está perfecto y no es un ejecutable parcheado hasta la saciedad. Además sigo flipando con el sistema de desinstalación, arrastrar fuera de la carpeta de aplicaciones y se acabo (sin insufribles cuadros de diálogos con preguntas imposibles sobre librerías de nombres impronunciables).
En fin, lo que pasó el otro día al actualizar a la versión 10.6.3 en mi ordenador fue que se borraron 2 Gigabytes del sistema y se volvieron a copiar desde el paquete que descargué. Un tercio de mi sistema operativo fue borrado y vuelto a instalar en unos pocos minutos, "no quiero imaginarme lo ocurrido si hubiese pretendido hacer lo mismo en mi portátil con Windows XP, aunque seguramente habría acabado en la unidad de cuidados intensivos de RK2".
Sin entrar en los vericuetos de la arquitectura de los programas en el entorno de Mac OS X, algo parece claro. Cada vez que actualizo un programa pequeño, lo único que pasa es que me borra la versión precedente y me instala una nueva versión del programa completa. La ventaja de esto es que el programa en cada actualización está perfecto y no es un ejecutable parcheado hasta la saciedad. Además sigo flipando con el sistema de desinstalación, arrastrar fuera de la carpeta de aplicaciones y se acabo (sin insufribles cuadros de diálogos con preguntas imposibles sobre librerías de nombres impronunciables).
En fin, lo que pasó el otro día al actualizar a la versión 10.6.3 en mi ordenador fue que se borraron 2 Gigabytes del sistema y se volvieron a copiar desde el paquete que descargué. Un tercio de mi sistema operativo fue borrado y vuelto a instalar en unos pocos minutos, "no quiero imaginarme lo ocurrido si hubiese pretendido hacer lo mismo en mi portátil con Windows XP, aunque seguramente habría acabado en la unidad de cuidados intensivos de RK2".